La poesía es un árbol sin hojas que da sombra.
La palabra es una herramienta de lucha.
Cada libro es obediencia a una obsesión que buscaba agotarse.
El amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa, y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran.
Hay que aprender a resistir. Ni a irse ni a quedarse, a resistir, aunque es seguro que habrá más penas y olvido.
Pareciera que se ha instalado todo un sistema para recortarnos el espíritu, para convertirnos en tierra fértil de autoritarismos. Y hay una especie de acostumbramiento, que es lo peor que le puede pasar al ser humano: al terrorismo, al genocidio por hambre, a la falta de educación para todo el mundo.
La esperanza es un niño ilegal, inocente, reparte sus volantes, anda contra la sombra.
Y alguna vez condecorarán al poeta por usar palabras como fuego, como sol, como esperanza, entre tanta miseria humana, tanto dolor sin ir más lejos.
Hay períodos de la historia, como el que atravesamos, donde las expectativas de cambio retroceden a zonas pantanosas. Pero la misma historia demuestra que hay flujos y reflujos y que la expectativa vuelve. Todo esto tiene que ver con la utopía. La utopía jamás se cumple, fracasa, pero deja una renovación y la idea imperiosa de retomarla.
Narrando nuestra oscuridad se ve claramente la vida.
La poesía debe ser hecha por todos y no por uno
El único camino es el polvo del camino
Un árbol no crece al pie de su silencio.
La poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía. Esto exige que el poeta despeje caminos en sí que no recorrió antes, que desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la imaginación, que encuentre la expresión que le dé rostro en la escritura.